martes, 10 de diciembre de 2013

De goblins y anillos o de cómo los duendes viven en mi closet


Desde hace un tiempo, empezaron a desaparecer cosas de nuestra casa.

Al principio, culpamos a Macario, nuestro perro faquir, que gustaba de morder libros, licuadoras, tazas, libreros o cuanto objeto se le cruzara en el camino.  Un día, descubrí que había acabado con unas velas que había dejado en un portavelas. Con ligera culpabilidad, Macario recibió la reprimenda correspondiente y yo me di a la tarea de remplazar las velas devoradas.

Poco tiempo después, noté que de las tres velas nuevas que había comprado, solo quedaban dos.

De inmediato, corrí a ver los colmillos de Macario –Que aquella ocasión estaban aperlados por los restos de la cera– e incluso, hice una revisión escatológica para hallar evidencia. No había rastro.

Lo curioso es que el portavelas estaba intacto –La primera vez, apareció tirado a escasos pasos del librero donde lo había colocado.

Sin darle mayor importancia, pensé que Macario había sido en extremo cuidadoso esta vez y que había tenido una digestión espléndida.

Pasaron varios días, hasta que un viernes por la noche, Daniel y yo llegamos de cenar; nos sentamos a ver la televisión y de pronto, sin más explicaciones giré la cabeza hacia el portavelas: había tres velas de nuevo.

        ¿Cuántas velas eran las que estaban la otra vez?

Le pregunté a Daniel.

        No me acuerdo, contestó.

Creo que eran dos, le dije –Lo cierto es que mi memoria no es nada confiable–, pero no le di más importancia.

Una semana después, una de las velas volvió a desaparecer.

Esta vez, no tomé nada a la ligera. Busqué a la desaparecida por todos lados; interrogué a Macario esperando obtener una respuesta; le pregunté a Daniel si me estaba jugando una broma pesada.

Nada. Nadie sabía nada.

Dos o tres días después, la vela apareció de nuevo en su lugar.

Al no tener un culpable, me atreví a pensar que posiblemente, habría algún ser jugando conmigo.

Aún incrédula comenté:

        Deber haber un duende en la casa al que le gustan las velas.

Después, agregué:

        Señor duende, voy a poner esta vela sobre la ventana y si usted en verdad existe, lo reto a que mañana la devuelva a su lugar.

Me fui a dormir con la idea de que no pasaría nada.

A la mañana siguiente, me levanté a darle su desayuno a Macario. Mientras él comía, me senté en el sillón, aún adormilada, esperando a que terminara. De pronto, recordé el asunto de la vela. Volteé hacia la ventana y no estaba. Lentamente, bajé la mirada.

No podía creerlo, la vela estaba de nuevo en el portavelas.

Sentí un frío corriendo por todo el cuerpo; los vellos de mis brazos se erizaron y mi cabello se levantó aún más de lo que la cama lo había desacomodado.

Tomé el portavelas, saqué la vela que había puesto intencionalmente en la ventana, la vi por todos lados y de nuevo la puse en su lugar. Corrí a despertar a Daniel y en voz baja le dije:

–Ahí está la vela.

Ya lo sé, creen que fue Daniel. Yo también llegué a pensarlo, pero al vivir en pareja, aprendes que el respeto por las creencias del otro es sagrado. Y él sabe que si hay algo con lo que no se juega en casa, es con la existencia de seres fantásticos y no terrenales porque yo creo en ellos.

Así que confié en su palabra cuando me dijo que él no haría algo así –además de que como buena hiperbólica, más no diabólica, lo hice jurar sobre mi persona.


A ese hecho se sumaron otros:

La desaparición de una USB de Daniel y mi anillo de compromiso.

Todos los días que llegaba de trabajar, guardaba mi anillo en su caja y lo dejaba sobre uno de los paneles del closet que está en la recámara. Una mañana antes de irme a trabajar, abrí el estuche para sacar el anillo y ya no estaba. Lo busqué por todos lados y no lo encontré. Pasaron varios días y no apareció.

Una tía, que no conocía el antecedente de la vela me dijo:

        Debes tener duendes, a ellos les gusta jugar a esconder cosas. Ponles dulces con envoltura brillosa. Diles que cuiden de tu casa, pero que no se lleven tus cosas.

Estaba tan desesperada que le hice caso. Compré chocolates rellenos de cerezas con envoltura dorada y kisses con envoltura plateada. Se los dejé en una pequeña vasija de barro, en el mismo lugar donde desapareció mi anillo y en voz alta les dije:

        Aquí les dejo estos chocolates, son para ustedes, pero a cambio, quiero que me devuelvan mi anillo, sino, no los voy a dejar que se queden aquí.

Al despertar fui a asomarme a la vasija. No había nada. Decepcionada ante el fracaso chocolatero, tomé el estuche y lo abrí. La cara se me fue al suelo.

¡Mi anillo estaba ahí!

Con miedo, pero a la vez llena de una involuntaria sensación de curiosidad ante lo fantástico y desconocido, les di las gracias y conservé la vasija con los chocolates en ese lugar.

Cuando la USB de Daniel desapareció, no entró en negociaciones como yo.

Molesto, evadió mis sugerencias de llevarles algo y encima de eso, tomó uno de los chocolates que yo les había dejado a los duendes y se lo comió.

        Si ellos se llevan mis cosas, yo  me como las suyas, dijo.

Pensando en las serias repercusiones que podría tener el acto duenderquista de mi marido en la casa, le pedí que no se comiera esos chocolates y con mucha consideración, les recordé a los duendes que no podían andar llevándose cosas valiosas o importantes para nosotros, que si ellos regresaban la USB, yo repondría el chocolate que habían perdido.

A la mañana siguiente la USB apareció dentro de la vasija de barro.

…Claro que les compre más chocolates.


Hubo un tiempo en que las cosas dejaron de desaparecer.

Empecé a extrañar la actividad paranormal. Mi casa era de nuevo como las otras, normal.

Después de mucho tiempo de normalidad quité la vasija con los chocolates.


        ¿Has visto mi reloj?

Comentó Daniel hace un par de meses.

Le pregunté dónde lo había dejado y me contestó:

        En el mismo lugar de siempre, en el librero, junto a mi cartera.

Le dije que no lo había tomado y que a lo mejor los duendes ya habían vuelto.

Pasaron un par de días y no había señales del reloj.

Días después, el reloj apareció dentro de mi ropero. Lugar al que como yo en un estadio de fútbol, Daniel no entra para nada.


El primero de diciembre me di a la tarea de ordenar la casa. Libros, copias, ropa, todo lo que no estuviera en su lugar. Sacudí los rincones de la casa donde no paso con frecuencia el trapo limpiador. El panel donde está el estuche con mi anillo de compromiso fue uno de ellos. Nada sucedió ese día. Tampoco el lunes.

El martes pasado Daniel me preguntó:

        ¿Moviste tu anillo de lugar?

        No, le dije segura. ¿Por qué?

        ­Ya no está, dijo.

        ¿El anillo? Pregunté.

        No, la caja, contestó.

        ¿Y el anillo?

        Tampoco. Ya no están.

Al llegar de trabajar, fui directamente a la recámara, abrí el closet y lo busqué. Estaba segura de que una vez que limpié ese rincón, había dejado ahí el anillo dentro de su estuche.

Lo busqué pero no apareció por ningún lado.

Repliqué, alegué, grité; nada surtió efecto.

Primero se los pedí por las buenas. Cero anillo.

Luego, se los pedí por las malas. Cero anillo.

Al tercer día amenacé a los duendes con echarles algún tipo de incienso para correrlos de mi casa – No se si en alguno de los libros de Harry Potter hablan de algún remedio para ahuyentar a los duendes, pero había que probar.

Para el viernes, les dije que ya no los quería ahí, que no podían meterse con nuestras cosas y que ya no los quería tener de huéspedes en mi casa.

El sábado, le pregunté a Daniel si no creía que como con su reloj, los duendes  hubieran puesto la caja con mi anillo en algún lugar donde predominaran sus cosas. Él dijo que tal vez sí.

Por la tarde, fuimos a casa de mi abue para ayudarle a poner su nacimiento navideño.

En el camino, le conté a mi mamá el asunto del anillo; omití la parte de los duendes porque mi sobrina iba con nosotros y se asusta fácilmente –Además, soy su vecina y podría pensar que si en la casa de su tía hay duendes, en la suya también podría haberlos.

Después de poner el nacimiento, regresamos a la casa. Entré en la recámara y me puse mi pijama.

Aventé sobre una canasta, el short de mezclilla que traía puesto, no sin antes vaciarle los bolsillos donde normalmente guardo monedas, llaves y tarjetas de transporte público.

Me asomé al closet y el rincón donde estaba mi anillo y su estuche, seguía vacío.

Daniel me acompañó un rato a ver televisión. Aunque al día siguiente teníamos que levantarnos temprano porque yo iba a participar en una carrera atlética, me quedé viendo la tele hasta muy tarde. Para cuando me acosté, Daniel ya se había dormido.


Esa noche hallé en mis sueños la respuesta que había estado buscando toda la semana.


Soñé que mi mamá, una de mis hermanas y yo, estábamos en mi recámara.

¡Ya sé dónde está mi anillo!, les decía.

Mi mamá extrañada, dijo, ¿dónde?

        Está allá arriba, en el ropero. Ahí se esconden los duendes, ya los vi.

Me subí a la cama, me asomé y con voz firme y fuerte les dije:

        Ya se que aquí se esconden, denme mi anillo o sino, los voy a correr de aquí.

De entre la ropa doblada, emergió una silueta negra, pequeña, del tamaño de la palma de mi mano. No tenía rostro, solo era una silueta color negro.

Su cuerpo tenía forma humana, pero sus manos, patas y cola, eran parecidas a las de una iguana.

En lugar de cabello, tenía cuernos como los de un toro.

Tímida, la figura asomó la cabeza por encima de un par de sudaderas. Encorvado y algo tímido, mantuvo la cabeza, apenas por encima de unos cuantos centímetros de ropa.

        Quiero que me des mi anillo, sino te voy a sacar de aquí. ¡Dámelo!

El extraño ser se sumergió entre la ropa y desapareció un instante. Segundos después, apareció cargando la caja de mi anillo. Sus pequeñas manos reptiles cargaban por encima de su cabeza la caja negra. Dio unos cuantos pasos con el cargamento sobre sus cuernos y la lanzó fuera del closet.

Alcancé a tomarla en el aire. Bajé de la cama con la mano cerrada. Volteé a ver a mi mamá y hermana.

        Aquí está mi anillo, dije asombrada.

 Mi mamá y hermana tenían caras pálidas. No emitieron palabra alguna.

Abrí la caja y había un anillo, pero no era el mío. 

De inmediato volví a subirme en la cama. Enojada grité:

        ¡Este no es mi anillo, dame el mío o ya verás!

Aventé la caja sobre el panel de madera, que se deslizó hasta los pies de la oscura figura.

El pequeño ladrón tomó la caja, desapareció de nuevo entre la ropa y volvió a salir de ella, cargando una caja idéntica a la anterior. Volvió a arrojarla fuera del closet.

La tomé en el aire con mi mano, bajé de nuevo de la cama y al abrirla había un anillo, otro, diferente al anterior y mucho más diferente al mío.

        ¡No estoy jugando! Ya verás, esta es la última que te paso.

Justo cuando di la vuelta para brincar hacia la cama, pasaron al lado de mis pies, dos duendecitos,  una mujer joven y un hombre algo mayor. Tenían gorros como los de los Pitufos, pero color verde militar. Sus ropas eran de diferentes tonos de color verde y guinda. El cabello de la mujercita era rojizo, como del color de una ciruela, que sobresalía del gorro.

Los dos corrieron y brincaron hacia la cama y luego hacia al interior del closet donde estaba la figura sin rostro.

Después de unos segundos, sacaron con los pies reptiles arrastrándose sobre el panel de madera a la figura sin rostro. La mujercita lo sujetaba de un brazo. El hombrecito hizo lo mismo del otro lado. Los tres brincaron hacia la cama. Ya en el colchón, la figura negra intentaba escaparse, pero los duendes no lo permitieron.

        Él es quien ha estado llevándose tus cosas. No nosotros.

Dijo firme y consistente la mujercita.

Como si no me hubiera sorprendido aquella fantástica imagen, me crucé de brazos y le respondí:

        A mí no me importa quién fue, yo quiero que me regresen mi anillo. No se a quién más le han robado, pero esta es mi casa y a mí me lo regresan.

Mientras mi mamá y hermana permanecían congeladas como columnas de mármol blanco en una esquina de la recámara, la duendecita respondió:

        Sí, pero es él el que se ha estado llevando tus cosas, nosotros vivimos aquí en paz y no molestamos a nadie.

Ring!

Las 6:45 de la mañana.

La alarma de mi celular empezó a sonar.

Debo levantarme para irme a la carrera atlética, pensé.

        Ya sé dónde está mi anillo, le dije a Daniel.


Antes de irnos a la carrera atlética de ayer domingo, le conté a Daniel sobre mi sueño.

En voz alta le dije, sin lugar a ninguna duda, dónde estaban los duendes y mi anillo.

        Se esconden allá arriba, en la parte alta del closet, donde guardamos los cobertores y las sábanas. Ahora que regresemos de la carrera, me traigo la escalera de mi mamá y me voy a asomar y vas a ver si no encuentro mi anillo.

Antes de salir, regresé a la recámara y les dije:

        Si no quieren que me asome y los corra, quiero ver mi anillo aquí donde lo dejo siempre, sino ya verán.


Al regresar de la carrera, Daniel se puso a jugar con Cirila y Basilio, nuestros perros ­–Macario dejó de vivir con nosotros hace un año­–, y yo entré a la recámara a tender la cama.

Mientras la tendía, le dije a Daniel que me trajera uno de los bancos que tenemos porque me iba a asomar para ver la parte de arriba del closet.

Una vez que puse la cobija sobre la que se duerme Cirila y doblé las pijamas de los dos, tomé de la canasta, el short de mezclilla que en la noche me quité.

Lo tomé con ambas manos y lo sacudí en el aire para extenderlo. Después lo doble por la mitad y pasé una de mis manos sobre él para terminar de alisarlo. Cuando mi mano llegó a la altura de la bolsa izquierda, sentí un bulto.

Metí la mano extrañada…

 ¡Era el estuche de mi anillo!

Vi mi mano sorprendida y con la otra, temblando, solté el short sobre la cama.

Abrí el estuche, ahí estaba mi anillo.

Con el frío corriéndome de la cabeza a los pies, caminé hacia la sala y le mostré a Daniel el anillo y  la caja.

        ¿Dónde estaba?

        Apareció adentro de la bolsa del short que traía ayer, le dije.

Por un par de segundos el miedo se apoderó de mí y empecé a llorar.

        Es que me espantaron, le dije a Daniel.

Él contestó, ¿por qué, qué viste?

No, no vi nada, le dije, solo que me espantó que el anillo haya aparecido misteriosamente en el short.

Regresé a la recámara y les dije a los duendes:

Muchas gracias por devolverme mi anillo. Ya saben que estas cosas no las deben de agarrar. Está bien, ya no voy a asomar, pero si quieren vivir aquí, tienen que respetar nuestras cosas. Al rato les compro más chocolates. Pero, acuérdense que ahí guardo mis cobertores y que cuando tenga que cambiar mi cama, me voy a tener que subir para sacarlos, así que no me vayan a espantar.


No los he visto, y por supuesto, no los quiero ver. Sean como en mi sueño o no, prefiero mantener lo misterioso de su presencia dentro del closet.

Daniel ya los ha visto y al parecer sí, son saltarines, tienen figura humana y les gusta esconderse entre la ropa.

Yo aún tengo dudas sobre si son fantasmas, seres espirituales o más sorprendente aún, seres mágicos y fantásticos, de carne y hueso. Pero si existen en los libros, es porque alguien almacenó su imagen en el cerebro y luego, le adjudicó a su imaginación su supuesta creación.

Por instantes, Cirila camina hacia puntos específicos de la casa y mueve la cola como cuando yo la llamo. Creo que a ellos les gusta jugar con ella y a ella le gusta jugar con ellos.

Veremos si hoy no ha desaparecido nada.

Por lo pronto de los siete kisses que les puse el jueves, ayer solo faltaban dos; de los otros cinco con envoltura dorada que les compré el domingo, solo quedan cuatro. Veremos si hoy el resto permanecen en su lugar...

jueves, 13 de mayo de 2010

MINICUENTO

Feliz salió rumbo al gimnasio, ignorando que una de sus sandalias la haría tropezar; mientras su cuerpo yacía sobre la banqueta, no pudo evitar sonrojarse al escuchar una voz diciéndole ¡Cuidado!

FIN.

martes, 11 de mayo de 2010

Día de las madres

Desde que inicié este blog vislumbré la llegada de esta sinopsis cinematográfica para compartirla con ustedes en el mes de mayo. Dudo que haya otra película que represente agudamente la idiosincrasia del mexicano en una festividad tan arraigada en nuestra sociedad como lo es el Día de las Madres.

No quiero decir que lo narrado a continuación sea una generalidad; espero que a través de los años, esta ingrata costumbre haya desaparecido en las familias mexicanas y por lo menos este día, las mamás sean reconocidas como se merecen-pensé utilizar la publicitaria frase “Las Reinas del Hogar”, pero estaría repitiendo patrones arquetípicos de marginación hacia la mujer y degradantes para su papel como madres.

“Día de las Madres” es una película protagonizada por Evita Muñoz “Chachita” y Pedro Weber “Chatanuga” y relata la historia de Rosita, una señora entrada en los cincuenta y tantos años que llegado el día de las mamacitas, decide echar la casa por la ventana para preparar una comilona y celebrar con su familia.

La travesía comienza cuando ella y Toño, su rezongón marido, acuden a la Merced para comprar el mandado indispensable para el molazo que engalanará su casa; la pobre señora batalla para estirar el dinerito, mientras el otro, arrastra el montón de bolsas sin perder de vista a las muchachas petaconas que transitan a su lado.

Al término de la compra y con sólo 80 pesos en el monedero, Rosita le dice a Toño que regresarán a casa en camión; éste se niega y al no poderle hacer la parada a un taxi, consigue que un camión de abasto del mercado los lleve hasta la Martín Carrera.

Zangoloteados y exhaustos, el matrimonio llega a su destino después de haber perdido un par de pollos durante el trayecto, los cuales anticipadamente, don Toño decidió comprar vivos con tal de ahorrarse unos centavos.

Una vez en casa, Rosita comienza a preparar la comida, en tanto el menor de sus hijos, un holgazán sin empleo, le estafa 500 pesos de su monedero para irse a parrandear con la banda. A regañadientes Toño se dedica a picar cebolla; y a matar al fregado pollerío, para desplumarlo; Rosita aún de pie en la cocina, recibe a su única hija, quien le notifica que al igual que todas sus cuñadas, salió con su domingo 7 y tiene cuatro meses de embarazo, ¡Bendito regalo del Día de las Madres!; la mamá furiosa pero sin dejar de apoyarla, distrae a Toño para que no se percate de esto.

Cuando por fin la pareja se va a la cama, aparece el hijo con su bola de amigos pedos para mal entonar las “Mañanitas”, lo cual obliga a Rosita a levantarse para recibirlos; una vez que terminan de cantar, los zánganos le piden a la festejada que les sirva un caldito de pollo y unas copitas de tequila para el frío, argüende que los infelices prolongan hasta el amanecer, momento en el que abandonan la casa, no sin antes, dejarle el reguero en el comedor a la mamá.

Conforme avanza el día el resto de los hijos arriban con sus familias; el primero, un sindicalista pinta cuernos que aparece con su esposa y 3 hijas; después, un burócrata con esposa, 4 niños y una amante embarazada; otro, un cartero con 3 hijos y una mujer embarazada; y el último, un panadero golpeado por su mujer y 4 hijos.

Los regalos que recibe Rosita son: un arreglo floral semi marchito; un babero de cocina; un juego de vasos de vidrio; y un pastel aplastado, consecuencia de la borrachera del panadero la noche anterior.

Ilusamente ella piensa que las nueras le ayudarán a terminar la comida pero no, éstas se dedican a chismorrear en contra de sus maridos; y ellos se emborrachan con el papá mientras ven revistas porno.

En el patio, todos se sientan a la mesa mientras la agasajada, ataviada con su babero nuevo, les sirve de comer. En eso aparece en escena el amigote de parrandas del sindicalista, acompañado por la secretaria que el primero quiere echarse al plato, hecho que repudian las mujeres y aplauden los hombres. Para distraer la atención, los hijos comienzan a echarle porras a su jefecita, deseándole que viva muchos años más para que reine la armonía entre ellos (Traducción: Que la ñora siga jodiéndose para festines próximos de su ojete familia).

Sola en la cocina, Rosita come su molito agotada y deprimida.

Cuando se abre el baile al interior de la casa, se hace un revoltijo de parejas donde todos buscan arrimón con quien se deje. La secretaria hipócritamente mareada, se deja llevar por el sindicalista a una de las habitaciones y evidentemente empiezan a fajar; en la sala Rosita reprende a uno de sus nietos quien juega con un encendedor; pensativa, exclama un acongojado “Ay Diosito qué familia me vino a tocar”.

El clímax de la historia se da cuando Rosita, las nueras y la esposa, descubren al sindicalista medio encuerado con la secretaria; en el barullo la pareja de calenturientos abandona la casa, mientras que el resto de los hijos borrachos, intentan tranquilizar a su mamá; las nueras iracundas comienzan a pelear con sus maridos quienes responden con sendos cachetadones a las viejas lo cual provoca una trifulca descomunal, que sólo es apaciguada con el grito de “Ya párenle, vean lo que le hacen a su mamá” de Toño.

Todos distraídos se olvidan del pirómano del nieto quien estúpidamente, jugando, prende las cortinas de la cocina, idiotez que desata el fuego en toda la casa. Ante el aviso desentendido del mocoso de “Se está quemando la casa”, la familia sale despavorida antes de que el tanque de gas explote y termine con la casa de Rosita. Todos miran ensimismados quemarse el hogar, en lugar de correr a un teléfono para pedirle auxilio a los bomberos, ¡duh! No cabe duda que para hijos con iniciativa, los de esta historia.

La película termina con los alaridos de Rosita quien histérica exclama “Toño mi casa, se quema…”

No sé ustedes pero después de esto, yo corrí a abrazar a mi mamá y decirle cuánto la quiero.

SALUDOS
YU

viernes, 16 de abril de 2010

Yuyerías cotidianas

No, no andaba de parranda…Esta escribana, sucumbió ante las tentaciones mediáticas, generadoras de notas espectaculares- y no me refiero a lo grandilocuente del adjetivo, sino al burdo chou armado en torno a los casos Paulette, la opresión de COFETEL, Scherer desayunando con Zambada y la venta de nuestro querido Chicharito al Manchester United.

Si bien tengo varias propuestas cocinándose en el horno de la Yu, quiero darles su justo tiempo de cocción para que las ideas no queden crudas o insípidas. Sin embargo, he aquí un par de anécdotas dignas de comentar y que hasta la fecha, me siguen pareciendo involuntariamente risibles.

Quién no llegó a pasar recaditos amorosos a los maestros estando en primaria o secundaria. En un mundo Hello Kitty son de esas cursilerías que nos provocan un ¡Ah! cuando la protagoniza un impúber, mas cuando tienes veintitantos y estás en plena universidad, sí provocan un enérgico ¡No mamen! por decir lo menos. No soy hipócrita, a la mayoría de las féminas que compartimos esa clase nos gusta el maestro en cuestión, pero niñas, qué no hay forma más madura de hacérselo saber que un “Las que estamos enamoradas de usted” escrito en plena lista de asistencia.

Lo asumiré cuando llegue el 2040 y este planeta no tenga gota de agua para el consumo humano. Serán más que entendibles las guerras entre naciones por el vital líquido. La desesperación nos llevará a participar en justas apocalípticas que hoy, sólo vemos como exageraciones cinematográficas del productor en boga. Pero pelearse por garrafones de agua en una oficina de gobierno, es una verdadera estupidez. Los grupos en pugna, a quienes he denominado el bando A y el bando B, han desatado una trifulca por la hegemonía del servidor del agua.

La inteligente solución del bando A:

A menos de que mantengan el control y uso exclusivo del aparato, prefieren regresarlo a su dueño original.

Ideología denotada: “Chíngome yo, chínguense todos”.

La mediadora solución del bando B (Al cual me he sumado):

Asumir la utilización y mantenimiento de éste de forma grupal, así como hacer una cooperación semanal para que todos y no unos cuantos tengamos agua para beber.

Ideología denotada: “Pa´todos hay”.

Debieron ver el drama a la hora de discutir esto. Sólo faltó un alarido a la de “Pepe el Toro es inocente”, cuando se descubrió quién tiró accidentalmente el servidor del agua.

No estamos lejos del soylent rojo y amarillo lo admito,¡el destino ya nos alcanzó! pero bendita madre Tierra, todavía nos soporta; si ella no es mezquina y miren que tiene motivos de sobra para serlo, por qué nosotros sí.

 
SALUDOS

YU

miércoles, 3 de marzo de 2010

Decálogo para viajeros urbanos

Estoy segura que todos los que vivimos en ésta nuestra querida ciudad de México, alguna vez hemos viajado en el Metro; es parte de la idiosincrasia del defeño- no se es chilango de corazón si no lo has usado.

Como usuarios frecuentes experimentamos las bondades y penurias inherentes a un trayecto del Metro, un día como cualquier otro, a las 8 de la mañana, en la estación Hidalgo de la Línea 2.

Aquellos que aún no han sentido la adrenalina provocada por una vuelta en la Montaña Rusa, les recomiendo que por lo pronto viajen en el Metro, no sin antes por supuesto, echarle un ojo a este decálogo o reglas básicas de supervivencia. Si en un lugar emergen los híbridos imaginados por Wells, es en esta víbora urbana donde lo salvaje en verdad le brota a cualquiera.

1.- Desarrollo del perfil defensivo
Hazte fan de los tacleadores de la NFL o los postes de la NBA; no hay mejor técnica para evitar empujones en el vagón del Metro que plantar bien los pies y pensar que se está jugando “A las estatuas de marfil, 1 y 2 y 3 así…”

2.- Elección del outfit
A menos que tengas una personalidad beligerante como la de Naomi Campbell, evita las zapatillas. Nunca falta el tacón atorado en la comisura de la puerta, mientras la multitud enardecida arrolla a la mujer en cuestión; en el peor de los casos, tu Jimmy Choo estilo Granaditas sale volando al primer pisotón y todo por no aferrarte a él con uñas, juanetes, espolones, o lo que sea.

3.- Profile improvement
Si no eres de los que gusta echarse una siesta en el Metro, diversifica tus aptitudes culturales: lee un libro (El Libro vaquero o el Tv Notas no cuentan), de perdida esos que llegó a publicar el Metro antes de que la gente prángana se los embolsara y nunca devolviera; teje una que otra chambrita, bien dicen que relaja; las sopas de letras eran efectivas, hoy los sudokus ocupan su lugar; o escucha música si tienes tu propio dispositivo de audio.

4.- Caballerosidad y equidad no son sinónimos
En esta ciudad donde se han impulsado acciones en torno a la equidad de género, el Metro no es la excepción; por eso hay vagones para uso exclusivo del sexo femenino en horarios establecidos, además de los clásicos asientos reservados. A veces encontramos a lazarillos dispuestos a ceder su asiento, ¡Alabados sean!, pero nunca falta la envidiosa (o) que lanza el comentario “Levántese para que se siente la señora, usted es hombre, o joven, déle su lugar a la viejita”, mientras este comodino (a), va aplastado al lado suyo, tragándose unas pepitas. La caballerosidad o buena voluntad no son obligatorias, nuestro derecho a la equidad sí y ahí está, al alcance de todos y de todas.

5.- Makeover Express
Desde el clásico tubo en el fleco hasta la enchinada de pestaña con cuchara, el Metro es el salón urbano de belleza por excelencia. Si quieres aprender nuevas formas de maquillarte sólo observa a tu alrededor. Yo aprendí a delinearme los ojos sin espejo, enchinarme las pestañas y separármelas con aguja, después de ver cómo una mujer lo hizo de pie y con el tren en marcha.

6.-Todo cabe en un jarrito sabiéndolo acomodar
Por qué sólo nosotros tendemos al desmadre- fíjense en cualquier manada, estén pastando o huyendo del depredador, ningún animal se sale de la formación. Al momento de subir o bajar del Metro mantengamos tantito orden, no sucumbamos ante la alarma cierra puertas porque inmediatamente nos olvidamos del “No corro, no grito, no empujo”. Supera el complejo de jamón de sándwich y ¡por favor!, no te pongas en medio de la puerta ante el gentío saliendo en estampida.

7.- Autocontrol de feromonas
En un espacio cerrado como éste, el desodorante es una necesidad. Básicamente si sabes que te va a chillar la ardilla, apiádate de los demás y no subas los brazos para sujetarte del tubo. En un mundo ideal, haríamos viajes matutinos sin retorno toda vez que más de la mitad de la gente va recién bañada y perfumada; sin embargo, tenemos que padecer un sin fin de hedores humanos los cuales conforme avanza la tarde, se hacen más insoportables. Por ello no descartes el uso de cubre bocas; es más probable fumarse un pedo frijolero que contagiarse de AH1N1 en el Metro.

8.- Ya lo dice el proverbio turco…
La paciencia es la llave del paraíso y aplicado al Metro, representa una opción frente a los constantes “Sí mire en esta ocasión le traigo el bonito regalo para la niña o el niño…”, las bocinas rompe tímpanos de los que te ofrecen lo último en Mp3 piratas, los mexican idol cantando el popurrí de Rock en tu idioma o los jumentos que te dan de bolsazos en su paso por ganar el asiento. En todo caso, si no eres lo suficientemente paciente, sólo repítete “Karma is a bitch”.

9.- Avistamiento del metrosexual
¡Cuidado señoritas! No se trata de chocar con William Levy o Brad Pitt en pleno cruce de Pino Suárez. Cuando digo metrosexual, me refiero a esos hombres, babuinos en pleno celo, que andan en el Metro cazando a las despistadas para el clásico agarrón nacha/bubi o como dicen en mi barrio, “para arrimar el camarón”.

10.- Imitando a Indiana Jones
Esto sólo debe usarse en casos extremos, en aquellos donde tu vida penda de un hilo: si irremediablemente te ves inmiscuido en una pelea donde la mentada de madre es lo menor que te llevarás, saca tus dotes a lo Beatrix Kiddo o Morfeo y repele los golpes; cuando vayas retrasado y no logres entrar por la puerta del vagón atiborrado, aplica la técnica Nadia Comaneci y trepa por la ventana (No es invento, me tocó verlo una vez), solamente si eres ágil y flexible- personas estilo Precious ni pensarlo. Finalmente, invoca al Forrest que llevas dentro y ¡métele pata! para alcanzar el tren en aquellos momentos de desesperación tipo Corre Lola Corre.

SALUDOS
YU

viernes, 12 de febrero de 2010

Chumacero en San Valentín

I like corny. I'm looking for corny in my life.

Frase de película que disfruto mucho y que para efectos de mi propósito expresa lo justo...lo necesario...lo indispensable.

No celebro el San Valentín, pero sí aquello que te produce esa sensación de implosión, inexplicable para los sentidos, pero no para el espíritu.

En este poema de Alí Chumacero el tiempo no es un continuo absoluto, pero el amor sí...si se siente de verdad.

Espero que les guste y sea cual sea la clase de amor que invade su presente, se preserve inmutable.

Segura estoy que incluso los más reacios han gozado alguna vez lo cursi en su vida....

A todos les dejo éstas, las palabras de un grande.

Afanosa deseo que al leerlo, piensen en todos los seres que en ustedes han echado raíz...

SALUDOS
YU


Poema de amorosa raíz


Antes que el viento fuera mar volcado,

que la noche se unciera su vestido de luto

y que estrellas y luna fincaran sobre el cielo

la albura de sus cuerpos.

Antes que luz, que sombra y que montaña

miraran levantarse las almas de sus cúspides;

primero que algo fuera flotando bajo el aire;

tiempo antes que el principio.

Cuando aún no nacía la esperanza

ni vagaban los ángeles en su firme blancura;

cuando el agua no estaba ni en la ciencia de Dios;

antes, antes, muy antes.

Cuando aún no había flores en las sendas

porque las sendas no eran ni las flores estaban;

cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas,

ya éramos tú y yo.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Knocked up

Me animé a comprar Knocked up, película de Judd Apatow, guionista y director de The 40 year old virgen. Supuse que al haberme enganchado con el encantador Andie, bien podría reírme con una bruta que se embaraza de un loser, pero no, la movie es un asco.

Empezando por su título en español Ligeramente embarazada, el cual me parece una aberración; no dudo que haya sido un hombre el que le puso así. Sólo una embarazada, que ha padecido pies hinchados, vómitos, dolor de espalda, caída de pelo, estrías, insomnio y un dolor infernal con el desgarramiento de media vagina al momento de arrojar al chamaco, sabría que cuando se está embarazada, no se está “ligeramente”,- ni levemente, tenuemente, sutilmente o livianamente, bueno ningún sinónimo aplica caray- se está y ya, y por lo que me han contado, físicamente se siente de la shit- no me malinterpreten, yo soy de la idea de que una vez que oyes chillar a tu chilpayate por vez primera y le ves sus piecitos regordetes, olvidas todo el horror, pero de que se sufre se sufre.

Allison Scout, una reportera de E Entertainment, mujer exitosa e independiente- ni tanto porque a pesar de ser bonita, inteligente y sexy, no tiene galán, vive en la casa de huéspedes de la mansión de su hermana, no tiene amigos y es nana de sus sobrinas- es ascendida, por lo que decide salir a celebrar con Debbie, su hermana, a un antrillo de la ciudad.

Ahí conoce a Ben, un wey mega loser que tiene el acierto de conseguirle un par de cervezas con el cantinero mamón que atiende al que se le antoja. Gracias a ese tierno detalle- el pendejismo femenino es cuestión de sentimiento no de inteligencia- Allison y Ben se la pasan bebiendo, bailando y tomando videos con un celular.

Hasta ese punto no cabría crítica alguna de mi parte porque todos- Sí, me incluyo- alguna vez hemos conocido a una persona, con la cual no queremos más que compartir unos drinks, bailar y reír con alguna babosada atinada que tenga al momento.

Ya si de plano se está muy ebrio, urgido o deprimido, cometes la idiotez de aventarte a tener sexo y quien quita, de menos el individuo sea bueno en eso. Pero nunca de los nuncas se está demasiado pedo para verificar que haya un condón de por medio y con mucha más razón, si no conoces los antecedentes cogelones de éste. Sabrá Dios qué tipo de tepocatas, alimañas, víboras prietas y sanguijuelas pueda pegarte.

En un confuso momento de calentura Allison no revisa que Ben se haya puesto el condón, quien a su vez desiste de hacerlo cuando ella le grita “Hazlo de una vez”- Refiriéndose al condón, no al ya métemelo!

A la mañana siguiente ella retoma su controlada vida, no sin antes despedirse de Ben (con cara disimulada de fuchi), de quien asume, no tendrá que volver a saber nada.

Ben vuelve a su casa, un lugar semi abandonado que habita con 4 amigos: el gordo judío, el flaco canadiense, el convertido al Islam que ha decidido no rasurarse o cortarse el cabello en un año y el que duerme desnudo- una bola de monos sin que hacer, planes de vida o metas claras. Su única idea es crear un website donde la gente consulte películas que expongan senos o vaginas de actrices conocidas. Como cualquier típico hombre farol, que se siente super semental, Ben llega a presumirles que se cogió a la chava.

Cuando Allison se entera de que está embarazada le pide a Ben que la acompañe para corroborarlo con un médico.

Para no hacerles el cuento largo ella decide tener al bebé y él de una forma u otra quiere apoyarla. Lo inverosímil es que Allison quiera tener una relación amorosa con él, sobretodo cuando ve que él está desempleado por gusto, tiene 19 dólares en el banco y sólo se la vive fumando marihuana o jugando.

Será que ya estamos tan acostumbrados a escuchar que diariamente cientos de mujeres se fajan las bragas y asumen la bronca de un embarazo no deseado, mientras que el otro cincuentaporciento responsable se da la media vuelta valiéndole madre, que no acepté muy bien esta premisa.

Uno no esperaría que una mujer con otra visión del mundo, aspirara a embelesarse de un tipo así pensando que es por el bien del bebé. En otro caso, te esperarías un aborto, o una adopción como en Juno, pero no tener un novio loser sólo porque se está embarazada.

Una vez que lo intentan comienzan la diferencia de perspectivas; ella busca cunas, doctores y libros de paternidad, él…básicamente sigue marihuaneándose.

Si me atrevo a decir que es un asco de película es porque a pesar de que está planteada como una comedia, de las cuales sabemos de sobra, tendrán un final feliz,- Omito revelar qué sucede con Allison, Ben y su bebé, es de suponerse- son ligeras, graciosas y sutiles narrativamente hablando, ésta es lenta, los chistes no divierten y de pronto parece que los personajes ya no saben qué decir. En verdad clamas porque llegue el fin, mucho más si no se está acostumbrado al humor norteamericano.

Lo único que verdaderamente me dio risa es el hecho de pensar que aún hoy en día, a pesar de la programación televisiva tan explícita que tenemos hasta con Patito, el internet y canciones reggetoneras como Gasolina, todavía haya este tipo de metidas de pata no sólo en pubertas quinceañeras sino en mujeres de veinte y treinta y tantos, de cualquier extracto educativo y social. En un mundo ideal y hollywoodense, sólo quedas embarazada de un loser; en el real, eso es lo que menos debería espantarnos, sabiendo que anda tanto chancro, papiloma o VIH, suelto por ahí.

SALUDOS

YU